viernes, 27 de marzo de 2020

LA COMUNICACIÓN CON LOS HIJ@S


Nos pasamos tanto tiempo enseñando normas y límites a nuestros hijos que a veces se nos olvida lo importante que es hablarles resaltando los aspectos positivos. Estas estrategias nos ayudan a tenerlo presente.

No te limpies con la mano, no cruces, no se pega… Piénsalo. ¿Cuántas veces le dices a tu hija o a tu hijo lo que no tiene que hacer o lo que está mal cada día? Y eso a pesar de que sabemos que, en educación, las prohibiciones no son ni la mitad de eficaces que los estímulos positivos.

La forma que tenemos de comunicarnos con nuestros hijos determina cómo es nuestra relación con ellos como padres. Y es fundamental en la construcción del discurso interior del niño, en la manera en que se explica y organiza sus experiencias vitales y en su percepción de sí mismo.

Con nuestra manera de expresarnos podemos contribuir a que crezcan con autoestima e iniciativa y sean más felices. ¿Cómo lo hacemos?

En primer lugar, con nuestra manera de escucharles. Un niño que se siente escuchado y respetado se sabe querido. ¿Y cómo es una escucha positiva? Es la que se produce cuando prestamos atención al niño de verdad: mírale a los ojos, acompaña lo que dice con tus gestos, no te pongas a hacer otras cosas mientras te habla, deja que termine sus frases sin interrumpirle.

En segundo lugar, con nuestra manera de dirigirnos a ellos. Mantén el contacto visual, deja que él también se exprese -no monopolices la conversación-, lanza preguntas abiertas que pueda responder con algo más complejo y extenso que un sí o un no, utiliza un tono suave, mantén el contacto físico dándole la mano o con una caricia.

También conviene que prestemos atención a las palabras que utilizamos para comentar las experiencias del día a día. Fíjate en el tipo de expresiones que más aparecen en tus conversaciones. ¿Te fijas en lo bueno o en lo malo? ¿Empleas adjetivos motivadores, como “bonito”, “genial”, “divertido”, “riquísimo” o “interesante”? ¿Hablas de ti como te gustaría oír a tu hijo hablar de sí mismo?

Intenta destacar lo que hace bien. En el momento (“qué alto te has subido al tobogán”, “es genial que compartas tu pelota con tu amigo”) y al final del día. La hora de la cena es un momento estupendo para repasar las experiencias felices y las situaciones en las que sentimos que hemos actuado como debíamos a lo largo del día. También para hacer planes estimulantes para el día siguiente.

“Gracias” y “por favor” no son palabras de uso exclusivo de los niños. ¿Se las dices a tu hijo lo suficiente?

Y, algo muy importante: en lugar de decirle lo que no quieres que haga, ¿por qué no le dices lo que sí te gustaría que hiciera?
En lugar de “no cruces”, “espérame para cruzar”.
En lugar de “no se pega”, ¿qué tal “los amigos se tratan bien” o “entiendo que estás enfadada. Cuando te pase eso, antes de pegar a otro niño cuenta hasta diez”?
En lugar de “no corras”, mejor “vete más despacio, cariño, quédate cerca de mí”.
En vez de “no te metas la mano en la boca”, “hay que lavarse las manos antes de chuparlas, que tienen muchos microbios”.


Educar en positivo no es evitar la palabra no, no es no poner límites a los niñ@s, no es dejarles hacer lo que quieran.

Educar en positivo es educar a los niñ@s para que aprendan y se desarrollen pero desde la comprensión, el cariño, la confianza... Es hablar bien a nuestros hij@s, es aceptar sus capacidades y limitaciones en cada momento, es motivarles, apoyarles, favorecer que crezcan con seguridad en sí mismos y una autoestima fuerte y positiva

Otro aspecto importante es el lenguaje que empleamos cuando nos dirigimos a los niños. Evitar gritos o hablar mal a los niños, (vas hecho un guarro, estás insoportable...), emplear un lenguaje adecuado a su edad, tratarles con respeto... es fundamental para educar en positivo.



A continuación, te resumimos algunas de las consecuencias que los insultos pueden causar en la vida emocional y social de tu hijo.

1. Los insultos dañan la autoestima
Expresiones como “¡Qué gordo estás!” o “¡Qué vago eres!” no animarán a tu hij@ a que cambie de actitud, todo lo contrario. Lejos de motivarle de algún modo, fomentas la inseguridad en tu hij@ y que aumente su rechazo por cambiar.

2. Tu hij@ no aprenderá a expresar emociones
El insulto es el recurso más básico e ineficaz para exteriorizar emociones. Por eso, cuando los niñ@s pequeños se sienten frustrados recurren al “mala” o “tonta”, en vez de “estoy enfadado porque no me dejas salir al parque”. Esta segunda opción es más elaborada y requiere un nivel emocional superior.

Por eso, es fundamental que tanto tú como tu hij@ aprendáis a gestionar las emociones de una forma diferente. Si tú como modelo no sabes hacerlo, difícilmente vas a poder manifestar sus emociones de forma adecuada cuando sienta ira o miedo.

3. Te restan autoridad, enfrían la relación y producen sumisión
Esa forma de dirigirte a tu hij@ puede que consiga que deje de cuestionarte ciertos límites o valores en ese momento, pero no hará que te respete, confíe más en ti o interiorice lo que inicialmente tratabas de enseñarle. Lo más probable es que con el tiempo ignore aún más esas enseñanzas, aumenten los conflictos y las faltas de respeto.

4. Provocan falta de empatía y poca tolerancia ante opiniones diferentes
Los insultos hacen que tu hij@ deje de ponerse en el lugar de los demás y, por tanto, considere que las faltas de respeto son las únicas herramientas válidas para imponer su criterio frente al resto. Sin embargo, es fundamental que aprenda que, aunque tenga razón, no todo vale para que los demás entiendan su punto de vista.

5. Favorecen resolución de conflictos de forma agresiva
Tu hij@ imita la forma que tienen las personas de su alrededor para resolver sus problemas cotidianos y tú, al ser una de las figuras de referencia, estás favoreciendo que, tanto en casa como fuera de ella, tenga ciertas actitudes agresivas; que estas sean verbales no las convierte en menos graves. Lo que al final se traduce en un clima de tensión en casa, problemas en el colegio o con sus amigos.

6. Potencian sentimientos de ira y venganza
Cuando hieren tus sentimientos y te faltan el respeto, sientes el deseo de responder y defenderte de todo ese dolor que estás sintiendo en algún momento y empiezas a desarrollar odio. Por tanto, no reflexionas sobre los motivos por las que esa persona te dijo eso, no buscas resolver el conflicto o perdonar a los demás, sino generar daño en la otra persona.

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